Aunque en el desarrollo reciente de los modelos de disociación el papel del trauma había sido considerado nuclear, cada vez cobra mayor peso la importancia de las experiencias tempranas de cuidado en el desarrollo de la patología disociativa. Diversos autores han relacionado el patrón de apego de tipo D (Desorganizado/Desorientado) con los trastornos disociativos (Main y Hesse, 1992; Liotti, 1992). Los padres de estos niños muestran a su vez una alta frecuencia de historia propia de trauma y de problemas psicológicos, lo que les impide atender a las necesidades de sus niños, actuando como si esperaran que sus hijos fuesen los que les calmasen su propio malestar (Bowly, 1985).
Los niños que muestran un patrón de apego Desorganizado-Desorientado (D) tienden a construir múltiples modelos del yo, que son incoherentes o incompatibles. Sus madres están a veces asustadas y a veces agresivas con el niño. Este puede ver al cuidador como desamparado y vulnerable y a sí mismo como malo por causar malestar en la madre. En otras ocasiones ven a la madre como amenazadora y elaboran en consecuencia una imagen de sí mismos como vulnerables y desamparados. Por otro lado, la tendencia del cuidador a invertir los roles con el niño, y a buscar en el tranquilización y consuelo, genera en el niño un rol de rescatador del padre/madre asustado. No se desarrolla una visión de sí mismo en el niño consistente y sólida (Liotti, 1992).
Si estos niños no están expuestos a un maltrato o abuso adicional, puede que estén predispuestos a presentar síntomas disociativos pero probablemente no desarrollarán un trastorno disociativo y quizás no consulten en dispositivos psiquiátricos. Pero cuando se añade un trauma grave, tenemos la base para el desarrollo futuro de un Trastorno de Identidad Disociativo.